Ciudad de Quebec
Romántica y bella
Segura de su encanto, un poco altanera, la Ciudad de Quebec conserva una gracia llena de sencillez que embelesa al turista. La ciudad lo tiene todo para agradar: un emplazamiento de ensueño sobre el río San Lorenzo, un patrimonio arquitectónico inestimable, un pasado rico en acontecimientos importantes y, sobre todo, un corazón desbordante de pasión que la anima desde hace cuatro siglos.
Ciudad colonial y capital moderna
Al pie de esta fortaleza natural, denominada “Gibraltar de América” por Charles Dickens, Samuel de Champlain estableció en 1608 un puesto de compraventa de pieles. Las instituciones religiosas y políticas se instalan en las fortificaciones pero los comerciantes y artesanos lo hacen a orillas del río. Objeto de diversas disputas, la ciudad es asediada por los ingleses en 1759. Nueva Francia queda sometida a la corona de Inglaterra.
Cuna de la civilización francesa en América del Norte, la ciudad (622 000 habitantes) es actualmente un puerto marítimo muy activo, un destacado centro de servicios e investigación, un núcleo cultural importante y, naturalmente, la capital de Quebec. El arte de vivir y la buena gastronomía ocupan un lugar importante en la vida de la ciudad. Sus espléndidos jardines y la proximidad de grandes espacios naturales mejoran una calidad de vida de la que se enorgullecen sus habitantes. No se pierda en 2008 las celebraciones del 400° aniversario de la fundación de la ciudad.
Perla del patrimonio mundial
El barrio histórico de la Ciudad de Quebec forma parte de la lista de bienes del Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 1985. Única ciudad fortificada al norte de México, la Ciudad de Quebec le invita desde sus altas murallas a dar un salto en la historia.
Cerca de la puerta Saint-Jean, una de las cuatro que hay en la muralla, se encuentra el Parque de l’Artillerie con sus numerosos edificios históricos, como el imponente reducto construido durante el régimen francés. La parte antigua contiene diversos museos, como el Museo de la América Francesa, situado entre las paredes centenarias del Seminario, y el Museo de las Ursulinas. La basílica Notre-Dame-de-Québec contiene numerosas obras de arte y en su cripta están enterrados cuatro gobernadores de Nueva Francia.
Basse-Ville…
Tome el funicular para llegar a la parte baja de la ciudad, la Basse-Ville, cuyos orígenes se remontan a los primeros momentos de la colonia. El barrio Petit-Champlain y la Place-Royale, a pesar de su edad respetable, rebosan de actividad. En este lugar encontrará un centro de interpretación, tiendas de arte y artesanía, numerosos restaurantes y bares. El Museo de la Civilización presenta exposiciones temáticas de manera interactiva y muy actual. Pasee a lo largo del Viejo Puerto o tome un barco en verano y realice un refrescante crucero por el río.
… y Haute-Ville
Si prefiere ir a la Ciudadela que domina la ciudad, pasará delante del inmortal Château Frontenac, con sus torres y aguilones de inspiración medieval, para llegar hasta la terraza Dufferin, desde la que tendrá una vista panorámica sublime del río. Continúe por las Plaines d’Abraham, también conocidas como Parque des Champs-de-Bataille. En este gran espacio verde se enfrentaron en 1759 el ejército francés y el inglés en una de las batallas más importantes de la historia de América. El Museo Nacional de Bellas Artes de Quebec, situado en este parque, cuenta con una magnífica colección de arte quebequense y presenta regularmente grandes exposiciones internacionales.
El Parque Acuario, recientemente remodelado, es una de las etapas clásicas de la visita a la Ciudad de Quebec en familia. El santuario de Sainte-Anne-de-Beaupré, situado frente a la isla de Orleáns, cerca del monte Sainte-Anne, es un lugar de peregrinaje desde el siglo XVII.
Una ciudad de fiesta
En esta ciudad cargada de historia los quebequenses cultivan el arte de vivir bien y de la diversión. En verano la ciudad se mueve al ritmo del Festival de Verano y de las Fiestas de Nueva Francia: sus calles, parques y salas de espectáculo se llenan de animación y música. Y, prueba de que este espíritu festivo desconoce las estaciones del año, en febrero la ciudad se llena de nuevo de alegría con su famoso Carnaval, la mayor manifestación invernal de este tipo en todo el mundo.